
Acabas de partir, y ya tu ausencia es un cuchillo de doble hoja, que lacera y quema mi alma.
El sueño no llega en esta noche que es más noche, el frío más frío, mientras mi cuerpo busca sin encontrar, y en la búsqueda me desgarro como una cartulina seca, me vuelvo sombra de mi sombra, retazos que se retuercen sobre ésta cama que ahora es sólo mía, pero que fue nuestra, punto de encuentro de nuestras ansias y también punto de partida. Me abrazo entonces a tu recuerdo, te acaricio con caricias de olvido y te lloro con lágrimas secas.
Mañana, cuando el milagro vuelva a repetirse, arriesgandote al anatema de los otros, vendrás a mi encuentro. Te dejarás acariciar, besar, acunar y con la suma de tus sentidos y los míos, nos quemaremos con besos de lava, nos desgarraremos con mordidas brutales, explorando con lenguas de fuego cada centímetro de nuestra piel, cada recoveco público o privado, espiándonos, mostrando indecorosamente, mientras jadeamos como animales agotados, para hundirnos en ese acto descontrolado, placentero, donde no habrá vencidos, sino vencedores.
Cuando el placer se agote como nuestros cuerpos, te miraré vestirte, alejarte de mí y en la sonrisa del adiós te veré casi niña, dulce, inquieta, pero con un dejo de malicia, de lujuria apenas contenida. No habrá lisonja que pueda retenerte y te alejarás de mí hacia tu otra vida, ese espacio privado al cual no pertenezco.
De nuevo envuelta en mi soledad, me dejaré llevar, sacudir por mis temores de perderte, y tu ausencia volverá a ser un cuchillo de doble hoja que lacera y quema mi alma.